Buenas,
Tras casi dos años de inactividad, y con el motivo de la reapertura de Adictos, vuelvo a la carga yo también.
Con los años y con la edad este blog realmente se está quedando viejo para mí. Aún cuesta mirar atrás y ver, a mis 20 actuales, a mi yo de 14 creando sus inicios. A veces he pensado en rehacerlo por entero y otras en simplemente abrir un blog nuevo. Pero me da tanta pena, al fin y al cabo este lugar tiene muchos años de historia.
Al final, no se me ha ocurrido lugar mejor para reemprender la actividad con Adictos. El tema del relato es el Invierno.
Siento que, junto a todo, mi escritura también ha ido evolucionando pero estoy contenta con el resultado y espero que os guste este pequeño texto.
Invierno
Camino hacia el borde de la nevada colina mientras me llevo mis manos enguantadas a mis labios, protegiendo mi hálito de aquel inmenso frío. La nieve cae apaciguada, dándome heladas y suaves caricias que se depositan en mi cuerpo y caen a cada sacudida que producen mis pasos.
Los abetos se recortan, totalmente negros, contra el cielo nocturno allá adonde quiera mirar. La nieve se vislumbra grisácea y sombría en sus copas, inmutables por la ausencia de viento.
Cuánto me gustaba de pequeña esta nieve.
Detengo los pies en los límites del escarpado precipicio y la visión ante mí me sacude el interior, como un golpe a mi corazón. Las filas de casas se extienden unas delante de otras, con ordenadas calles blancas llenas de luces anaranjadas o amarillentas. Las chimeneas dejan escapar humaredas que se elevan en columnas etéreas hacia el cielo nocturno. Puedo sentir su calor desde aquí.
La imagen de mi pueblo natal se extiende ante mí, bajo mis pies. Cuántos años habrán pasado. De algún modo la visión aún coincide con aquella de mis recuerdos, pero ahora, grabada ante mis ojos, mis memorias se reafirman y se avivan aún más.
Desciendo por las montañas por el único camino trazado. Seguramente solo yo ahora mismo me atrevería o tendría la insensatez de recorrerlo, con la tierra húmeda y resbaladiza por la gran cantidad de nieve, el frío glacial y la oscuridad cerniéndose con fuerza alrededor de mí. Es el mismo camino que tomé para irme la última vez que estuve aquí, tantos inviernos atrás.
Pero sigo adelante, sin miedo, paso a paso con mis desgastadas botas de cuero. Guardo en mi corazón la luz que vi allí arriba, y dejo que me guíe a través de esta senda nevada. Aún conozco estos bosques, y recorrerlos se me asemeja a recorrer con mis dedos la palma de mi mano. Quizás lleve ya este lugar para siempre en mi sangre.
El final no está lejos. La luz de las casas se filtra entre los árboles y el camino se abre. Sin embargo, cuando finalmente dejo atrás la montaña y las primeras casas del pueblo aparecen ante mí, me detengo y dudo. Ya no parecen las mismas casas. Algunas son más viejas, otras más nuevas, otras ya no están. ¿Habrá cambiado este lugar tanto como yo? No sé qué debería hacer. No sé si todavía pertenezco aquí.
Doy un paso, tímida, y luego otro. Me adentro en las calles. Mi memoria se aviva y tiemblo. Aún está la vieja barbería reposando en su esquina, pero la chapa de metal comienza a caerse por el tiempo. Quizás ya no siga allí el señor Joe. Veo la pequeña plaza de la fuente en la que siempre jugaba de pequeña, aunque ahora el agua está congelada y alrededor han puesto un círculo de bancos de madera. Las calles siguen siendo las mismas pero a la vez diferentes y mi cuerpo me guía por ellas, solo, en un recuerdo grabado.
Llegan a mis oídos la música y las risas de las casas, hoy no hay nadie fuera. Hoy es un día en que todo el mundo seguramente está con sus familias, protegidos en la seguridad de un hogar. Me vuelvo a llevar las manos a mis labios agrietados, exhalando una humareda de vaho. Y me siento perdida y quiero correr y salir hacia las montañas, a la oscuridad y soledad del bosque.
Pero sigo y al final la veo. Mi calle. Mi casa. Me detengo, presa de un súbito pánico. ¿Y si mi familia ya no vive allí? ¿Y si no me reconocen? Han pasado demasiados años. Tal vez aún me guarden rencor por haber huido aquel día y haberlos abandonado. O tal vez me hayan olvidado.
No sé por qué he vuelto. He viajado mucho, durante toda la última década de mi vida. He vivido mucho también. Y he sido una chica sin un hogar al que volver. Quizás ahora que lo he perdido todo y que me he encontrado sin saber adónde ir mi cuerpo me ha traído a mis inicios, con la esperanza de hacer que las cosas vuelvan a ser como antes, como en mis primeros recuerdos de la infancia.
Me acerco a la puerta pero no me atrevo a llamar. Una corona de adviento hecha de hojas de abetos y muérdagos cuelga de ella, sobre la madera pintada de azul. Y pienso que este día deberían estar con sus familias, deberían estar en su calidez. No es un día para mí. Quizás sea demasiado tarde.
Inspiro profundamente, reuniendo valor, y golpeo con los nudillos. Ha sido tan suave que tal vez ni siquiera me hayan oído. Espero, demasiado asustada para llamar otra vez, pero pasos se acercan y la puerta se abre. Una fina ranura de luz, varios mechones pelirrojos.
Una mujer de rostro amable, envuelta en un chal de lana, abre la puerta y se planta ante mí con mirada confusa. Yo la observo en silencio y aún necesito unos segundos para percatarme de pronto de que es mi hermana Meg. Y los ojos se me llenan de lágrimas. Ha crecido. Ha cambiado. Ya es una mujer, y puede que haya formado una familia. Ambas hemos tomado caminos tan separados…
No me atrevo a decir nada pero ella sigue escrutándome con su mirada infinitamente azul. Y de pronto los abre con fuerza. Y se lleva una mano a los labios. Y quizá tiembla, o tiembla mi propia mirada.
—¿Marcia? —susurra, bajito, como si estuviera temerosa que no fuera verdad. Como si fuera una ilusión ya hace mucho tiempo olvidada.
Hacía muchos años que no escuchaba ese nombre, desde que decidí desprenderme de él. Oírlo de su voz—madura también, al igual que su aspecto—sacude mi corazón. Asiento, y me pregunto si mis lágrimas se congelarán en copos de nieve.
Ella se acerca a mí, acaricia mi rostro frío con sus dedos, aún dubitativa. Y finalmente me abraza. Es cálida. Llevo mis brazos a su espalda y la estrecho con fuerza contra mí. En medio de este invierno, vuelvo a sentir calidez.
Angy J.W.
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